La señora de la cara blanca
Con
su cara toda blanca buscando esconderse del sol, madrugaba a defender su vida
en la esquina del semáforo. Gritaba
“agua” sin cesar, deambulando en espera de algún cliente. Era alta y seca como
rama de coco. Me preguntaba de dónde sacará energía para cargar el peso de las
botellas, resistir el embate del sol y el trato duro de los varones que se
rebuscanba junto a ella.
Antes de vender, llegaba al parque cercano a
embadurnarse la cara con bloqueador y a consentir sus ilusiones, imaginándose
una nueva vida. Ese señor que cada mañana la saludaba, Anastasio, pronto
la ayudaría. Se irían al campo y
construirían su hogar en medio del bosque. Ya no viviría para el día a día,
cultivaría la tierra. Se sentía feliz divisando el rancho rodeado de flores y
recogiendo hortalizas frescas de su huerta.
Pronto ese sueño se paralizó: -¿señora, vende agua? Ah si, se levantó y atendió al cliente. En unos años llegará Anastasio y todo cambiará, pensó. Se sacudió la falda y se fue feliz a continuar con su venta informal. Desde hace tiempo, no volví a ver a la señora de la cara blanca.
Pronto ese sueño se paralizó: -¿señora, vende agua? Ah si, se levantó y atendió al cliente. En unos años llegará Anastasio y todo cambiará, pensó. Se sacudió la falda y se fue feliz a continuar con su venta informal. Desde hace tiempo, no volví a ver a la señora de la cara blanca.
©Luz Zuluaga Tinoco
Derechos reservados
Tristeza de una ilusión.
ResponderEliminarGracias por tu lectura Graciela
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